El fatalismo geográfico afirma que no es posible; sin embargo, del recóndito caserío de Las 1009, en Cuba, salió Rafael Vilches Proenza (1965), prolífico escritor que desde los años 90 se insertó en el ruedo literario cubano y nos ha dado ya alrededor de 15 libros, entre poemarios y novelas, publicados en la Isla y el extranjero. Lo conocí en Bayamo, hace tres décadas, cuando ambos llegábamos a esa ciudad y nos vinculábamos a su ambiente cultural. Fue la escritora Zoelia Frómeta, actualmente radicada en México, quien nos presentó y propició una amistad que perdura y crece a través de los años.
De entonces recuerdo la intensa correspondencia postal que intercambiábamos. Todavía las redes sociales ni los teléfonos celulares existían, de modo que, aunque nos veíamos casi todas las semanas, nos enviábamos cartas, que a veces llegaban después de nuestro próximo encuentro. Juntos participamos en proyectos, como el Grupo Literario Espiral, fundado por Zoelia, que aglutinaba escritores en ciernes, y el Concurso de Cuentos Breves Vértice, primero de su tipo en Cuba.
Tuve el honor de leer los originales de algunos de sus libros, como Ángeles desamparados, su primera novela, que en aquel momento fue escandalosa y que aprovechó una hendija de la censura para salir publicada por Ediciones Bayamo (2001). Mucha agua ha corrido, como solemos decir, y luego de ir y venir por diferentes ciudades, como Holguín, Santa Clara y Las Tunas, y de hambres, exclusiones, persecuciones, acoso y maltratos, Vilches se exilió en Madrid, donde radica hoy día y desde donde continúa haciendo literatura y defendiendo el derecho a la libertad de los cubanos, razón por la cual se convirtió en un indeseable para la dictadura comunista.
Haz hecho famoso a Las 1009, ¿dónde está o estaba ese pueblo? ¿Qué queda de él? ¿Cómo podemos rastrearlo en tu literatura?
Quizás fue el escritor Juan Ramírez haciéndome una entrevista en Radio Bayamo, quien me hizo consciente de que debía dar luz al pueblito que me vio nacer. Ese minúsculo sitio perdido en la geografía del oriente cubano, en las cercanías del río Cauto, entre Las Tunas y Bayamo, del que me fui antes de cumplir el año de nacido, pero al que estuve retornando hasta la adolescencia, para visitar a mis abuelos, tíos y primos. Allí fui feliz de niño, y es el lugar al que vuelvo siempre en la memoria a la hora de enfrentarme al hecho poético.
Todo el hechizo que puede brotar en mis versos viene de ahí, de esos recuerdos que recobro en la memoria, y de Vado del Yeso, donde me fui a vivir en mayo de 1970, hasta que salí a recorrer el país, y donde aún viven mi madre, mis hermanos, la gente que conozco de siempre, donde está enterrado mi padre y la mayoría de mis familiares y amigos muertos. En El Cero de Las 1009, que es el nombre completo del terruño donde nací un 10 de diciembre de 1965, aún queda un puñadito de casas. Tengo una novela inédita que lo toma como escenario en el período que duró la catastrófica “Zafra de los 10 millones”, uno de los incontables descalabros del tirano Fidel Castro.
Sin dudas, Vado del Yeso es el lugar que te vio crecer y aparece de manera más explícita en tu narrativa. ¿Cómo describes ese pueblo? ¿Cuáles son los mejores y los peores recuerdos que tienes de ese lugar al que siempre vuelves?
Es una comunidad de 24 edificios inaugurada por el tirano en 1970, situada en un apéndice de la carretera central de Cuba que une a Las Tunas con Bayamo, a medio camino entre una ciudad y la otra. Se trata de uno de los tantos pueblos cautivos que se construyeron en aquella época por toda la Isla, para sacar a los campesinos de los lugares donde podían rebelarse y alzarse en contra del gobierno. A ese lugar fueron a parar casi todas las familias de la zona y muchos siquitrillados de todas partes, en especial de Santiago de Cuba, La Habana y la Sierra Maestra.
Allí llegué de cuatro años, después de haber vivido en Jucarito, un caserío cercano al Cero de Las 1009, y aparece en mis novelas Ángeles desamparados (ya con tres ediciones, dos de ellas fuera de Cuba) y Sálvame si puedes (Premio de narrativa Reinaldo Arenas, Miami, 2020), y en otra aún sin publicar. Fue el escenario de mis primeros amores, mis primeras broncas, donde tuve mis primeros maestros y amigos, donde conocí a los primeros Testigos de Jehová, los primeros Actos de Repudio a desafectos de Castro. Los recuerdos son muchos, tristes, amargos, felices.
La única vez que vi a mi padre borracho, decían: “El ron se le subió para la cabeza…”. A lo mejor por eso soy un escritor extraño, al que las bebidas alcohólicas no le llaman la atención. En esa comunidad de cajones de concreto, al mejor estilo ruso, fue donde comencé a reunirme con escritores, pintores, trovadores, actrices y actores, una de las ventajas de que hubiesen traído a gente de tantas partes. Los mejores recuerdos siempre están relacionados con los amigos de la infancia y la adolescencia.
Entre los peores recuerdos que martillan mi memoria, están las horas de los noticieros y los discursos de Fidel Castro por la televisión, aquel barbudo hablando horas y horas “para acopio”, que no nos permitía ver los dibujos animados y las películas, lo único que me interesaba de la TV cubana. En Vado del Yeso escribí mis primeros libros de poesía y terminé mi primera novela. La inocencia me hizo creer que fui feliz allí. Hoy sé que fui un desdichado, como todos los que fuimos colocados en sus apartamentos en 1970. Pero es un sitio, que, a pesar de su depauperación en todos los sentidos, sigo amando.
¿Te sientes agradecido o rencoroso por haber vivido en Vado del Yeso?
Sé que merecíamos un mejor espacio. Después de haber visitado Miami, Puerto Rico, Bogotá y Madrid, sé que fueron las ciudades que la mente diabólica de Fidel Castro y sus seguidores no dejaron crecer y prosperar en Cuba. Pero ni siquiera siento rencor, a veces lo que me embarga es un vacío inmenso que solo lo llena la gente buena que conocí y con las cuales conviví todos los años en que fui creciendo en el barrio.
Hoy reconozco como héroes a Lando Acosta y su familia, a quienes en el año ‘80, cuando la llamada Crisis del Mariel, sus propios vecinos les tiraron huevos y les gritaron “escorias, gusanos, váyanse del país, no los queremos”, y permanecieron viviendo en el edificio 6, en la misma casa, y siguieron pensando como pensaban. Y a otro que salía a la calle y se cagaba en la madre de Fidel, y los del Comité de Defensa de la Revolución (CDR) llamaban a la policía y se lo llevaban preso, lo metían en la cárcel unos cuantos años sin celebrarle juicio, y cuando cumplía la sanción y regresaba a su casa, se volvía a cagar en la madre del esbirro y lo retornaban a la cárcel.
En mi corazón no hay odio, no soy Dios para juzgar, pero no olvido, y la justicia para todos aquellos que nos hicieron padecer todo aquel horror y las miserias de todo tipo, tiene que llegar.
Rafael Vilches Proenza
¿En qué momento descubriste que querías ser escritor? ¿O eso llegó como un proceso natural en tu vida? ¿Cómo fue?
Fui consciente del proceso que me llevó a la escritura después de adulto, y de haber ganado premios y publicado libros. No fue el azar ni algo fortuito, mi madre siempre ha sido una excelente contadora de historias y una gran conversadora. Ella debió ser la escritora. Su padre, mi abuelo Herade Proenza Almaguer, era un decimista repentista; al igual que su hijo, mi tío Ismael. Mi papá, sus hermanos, y mis primos, los mejores contadores de cuentos que he conocido, chistosos hasta hacernos desternillar de la risa.
Por la parte de mi abuela Liduvina Socarrás Gómez, que fue una fabulosa contadora de las historias familiares, había muchos repentistas. O sea, no vengo de la nada, todo eso se fue acumulando en mí. Y cuando de niño iba a la casa de mis abuelos los fines de semana, una de mis tías me leía libros de esa época. Recuerdo nítidamente Flor de leyendas, del español Miguel Alejandro Casonas, recopilado por el también español, Herminio Almendros. Comencé a escribir allá por 1978 o 1979. Un día escuché por la radio un monólogo de Carlos Ruiz de la Tejera sobre un libro o alguien que escribía libros, ya yo escribía poemas, y fue ahí donde le puse nombre a lo que iba a ser toda mi vida: escritor.
¿Hubo algún libro o autor memorable en tu infancia, adolescencia o primera juventud que te inspirara o quisieras imitarlo?
No sé si la palabra sea imitarlos, ya te dije que para mí fue como un hechizo descubrir los cuentos de Miguel Alejandro Casonas. Después, en mi adolescencia, conocí a una maestra a quien amo, respeto y admiro, que fue quien me llevó al mundo de los libros. Yo leía lo que me caía en las manos, como las revistas del único estanquillo de periódicos que había en mi pueblo, pero ella fue mostrándome a escritores españoles, norteamericanos, ingleses, franceses, alemanes, rusos… Fue un universo literario lo que esta muchacha acarreó hasta mi casa.
Y entonces, sí, hubo muchos autores que amé y sigo amando, aunque ya no los lea. Quizá sea contradictorio, yo leía novelas, teatro y cuentos, y escribía poesía. Sin embargo, el primer libro que publiqué fue una novela, en 2001. Mi primerísima publicación fue un cuento, en la revista española El Pájaro de Papel (Alcobendas, 1997), perteneciente al Grupo Literario Ícaro.
Creo que antes de llegar a Bayamo, formaste parte de un taller literario en Río Cauto, la cabecera municipal de Vado del Yeso. ¿Qué te aportó esa experiencia? ¿La consideras importante en tu vida como escritor? ¿Qué opinión tienes de los talleres literarios en Cuba?
Me reunía con la especialista de literatura Ana Julia, que había sido alumna de quien luego sería mi amigo y una especie de maestro o guía, Guillermo Vidal, en Las Tunas. A Río Cauto le debo mucho, allí fui especialista de literatura en la Casa de la Cultura y administrador de la única librería que existía en el municipio. Gracias a esas posiciones pude formar a escritores y nutrirme de ellos. También tenía una especie de grupo literario en Vado del Yeso, con Laura Bazán y Omar Labrada Puig. Creo que los talleres literarios son buenos hasta una edad, a partir de la cual debes salir a volar, a encontrarte contigo mismo, y todo depende del maestro que tengas en ese sitio.
Recuerdo cuando nos conocimos en Bayamo. Entonces eras muy tímido o aparentabas, ¿qué queda de ese chico que daba sus primeros pasos en la literatura?
Creo que sigo siendo el mismo ser tímido, que tuvo la suerte de llegar a Bayamo y conocer a mucha gente linda: María Salermo y Zoelia Frómeta, esta me presentó a los escritores de la ciudad y me abrió puertas en toda la Isla. Algo de esa timidez desapareció cuando me fui a vivir a Holguín y comencé a formar parte de una ciudad literaria, una experiencia muy parecida a la que había vivido en Bayamo. Esos dos encuentros me armaron de una coraza.
De esa etapa es el Grupo Literario Espiral. ¿Cómo recuerdas ese período? ¿Qué opinión tienes de Espiral a la luz de los años?
Considero que fue uno de los mejores períodos de la literatura joven en la ciudad. A pesar de no contar con nada, fue un momento lindo en la cultura y la literatura en Bayamo. Los artistas y escritores andábamos juntos, fundamos y fuimos partícipes de hechos y eventos que iban ocurriendo y algunos aún permanecen, como los Grupo de Teatro Alas y Andante.
Entonces contábamos con trovadores de excelencia, entre ellos Fernando Aramis; pintores como Cristo Pino, Ramón Meza, Rafael Fuentes Rojas, Camilo Carbonell. Con Espiral hubo un antes y un después en la cultura y la literatura que se hacía en la provincia de Granma, creo que otros deberían hablar de ello, quizá cuando algunos dejemos de ser escritores censurados y nuestra obra dejé de estar prohibida en Cuba.
Lamentablemente, Gelasio, uno de los miembros más prominentes del grupo murió demasiado temprano, era un escritor con muchas cuartillas por llenar. Pero ¿qué noticias tienes de los otros amigos de Espiral?
Gelasio Barrero era el cuentista del grupo y se nos fue cuando solo había publicado un excelente libro de cuentos, y nunca supimos del destino de su papelería, su biblioteca fue vendida por la familia como libros de uso. De los otros miembros: Zoelia, en México; tú, en los Estados Unidos; Omar y Juan Manuel permanecen en Bayamo; Navea en Cárdenas, Matanzas; Rigoberto, en La Habana, y yo en Madrid. Imagino que todos sigamos activos como escritores.
En esos tiempos, también, comenzaron a llegarte los premios. ¿Qué trascendencia han tenido estos en tu vida literaria? ¿Crees que es importante para un escritor darse a conocer, participar en concursos?
Los premios en Cuba no me llevaron a ninguna parte, los libros pasaron sin penas ni gloria. Aunque tuvieron una buena acogida de la crítica y los lectores, la mayoría fueron recogidos de las librerías y los almacenes, en algún momento, para hacerlos pulpa, por mi condición de disidente, abiertamente opositor al gobierno. Y no es una suposición. Un amigo que trabaja en el Instituto Cubano del Libro (ICL), un día llegó a un almacén de la institución en La Habana, y pudo rescatar algunos de los ejemplares antes de que se los llevarán para destruirlos y convertirlos en pulpa de papel.
Luego me los hizo llegar en una caja a Holguín, con una nota que narraba lo sucedido y pidiéndome de favor que si hablaba de este suceso nunca dijera su nombre. Jamás he escrito pensando en concursos, pero he agradecido cuando he ganado, desde el Batalla de Guisa y el 20 de octubre, en mi provincia, hasta el Premio de Poesía Dulce María Loynaz y el de Narrativa Reinaldo Arenas, en Miami. Creo que sí, los Premios hacen que tu nombre y tu obra se hagan visibles ante más lectores, y en esa maquinaria que mueve a escritores y libros en el mundo.
Todavía estabas en Vado del Yeso-Bayamo cuando fueron publicados tus primeros libros, recuerdo especialmente la novela Ángeles desamparados. ¿En qué circunstancias la escribiste? ¿Por qué escogiste el tema de las escuelas internas (becas) y por qué lo trataste de manera tan desgarradora? ¿Por qué tus personajes nos resultan tan familiares y conmovedores a quienes pertenecemos a tu generación? ¿Crees que ese tema funciona más allá de las fronteras cubanas (¿ha funcionado?)?
Aún vivía en Vado del Yeso cuando vieron la luz mi primera novela y el libro de poesía Dura silueta la luna. Específicamente, en el barrio Chinchacoja, me había ido de la casa de mis padres y vivía con mi primera esposa y mi primogénito en ese caserío, allí fue donde concluí Ángeles… en 1996. Fue una historia que comencé a escribir en mi primera estancia en Santa Clara. El origen fue un cuento que presenté en un Encuentro Debate de Talleres Literarios, donde el jurado era de altos quilates: José Fernández Pequeño, Omar Álvarez y Guillermo Vidal. El encuentro lo ganó Oro, un muchacho de Río Cauto que enseguida desapareció del ambiente literario.
Todo empezó por una conversación que tuvimos más tarde Guillermo Vidal y yo, mientras almorzábamos, me pidió que le hablara más del tema del cuento. Cuando terminé, me dijo: ahí hay una novela. En realidad, ya tenía escritos unos capítulos que pensaba eran cuentos, entonces los uní, le di forma a la historia y así salió la novela. ¿La beca? Fui uno de los tantos niños que sufrió el martirio de las becas, sin ser conscientes de que eran campos de concentración para adoctrinar niños, adolescentes y jóvenes. Quizás fue la manera de exorcizar todo el horror padecido en aquellas escuelas.
Cuando me separaron de mis padres y mis hermanos, todavía estaba en la edad de los juegos y los juguetes, y tuve que comenzar a vivir como un hombre lejos de la familia y los amigos. Simplemente metí en una noche todos los miedos y los terrores que aún guardaba en la memoria, los que no habían logrado borrarse a pesar de los años. Está bien que me preguntes eso: ¿Por qué tus personajes nos resultan tan familiares y conmovedores a quienes pertenecemos a tu generación?
Antes de que desapareciera la novela de las librerías, cuando iba a presentarla en escuelas, a estudiantes de una generación posterior a la nuestra, los chicos se me acercaban y me decían, eso me sucedió a mí, yo soy tal o más cuál personaje. Y eso me lo confesaron, también, personas de generaciones anteriores a la nuestra. Es una novela histórica, aunque no me lo propuse. Una novela histórica con otros rubros, otra manera de asumir ese género. Creo que funciona más allá del ámbito cubano, como a nosotros nos funciona La ciudad y los perros o Los cachorros.
Ángeles desamparados tiene tres ediciones, dos de ellas fuera de Cuba, en España y los Estados Unidos, y estoy pensando en una cuarta edición. Es una manera de que el lector alejado del tema Cuba, pueda descubrir la verdad y el horror causado por la dictadura castro-comunista al pueblo cubano.
Escuché a algunos decir que Ángeles desamparados se parece mucho a la narrativa de Guillermo Vidal. ¿Reconoces su influencia?
Muchos comparan Ángeles… con Matarile, una novela de Vidal que tuvo gran resonancia en la Isla y que fue publicada antes que la mía. Pero, en verdad, no tienen nada que ver. Reconozco la influencia de Guille desde el hecho de que fue él quien me impulsó a convertirme en novelista. En cuanto al estilo, la manera de cortar las oraciones como lo hizo él en Matarile, fue saliendo así. Acongojado por eso lo fui a ver a su casa, en Las Tunas, le conté lo que me estaba sucediendo, y me dijo: “Vilches, no te preocupes, yo se lo robé a los escritores norteamericanos, como lo hicieron Manuel Puig y otros”. Así que me fui a mi casa y seguí escribiendo mi historia, una historia de vida, como lo fue Matarile para nuestro amado Guillermo Vidal.
¿Te gustaría ser recordado por Ángeles desamparados? O, ¿por cuál de tus libros te gustaría ser recordado?
Me gustaría ser recordado, más que por mis libros, por el amor que prodigué a los demás. Dígase a los seres humanos con quienes tuve la suerte de convivir e interactuar en mi paso por la vida. Lo que pase con mis libros de poesía o las novelas, ya será cosa de los lectores y una maquinaria que ni sospechamos se mueve alrededor del arte y la literatura.
Tu novela Sálvame si puedes (Puente a la vista Ediciones, 2021), vuelve a tratar el tema de la juventud sin esperanzas en un olvidado pueblo de provincia, que más que a Macondo o Comala, se parece a Vado del Yeso. ¿Es esta una continuación de Ángeles desamparados? ¿Por qué volviste sobre el tópico de la vida sin esperanzas de los jóvenes cubanos? Los personajes, otra vez, son como nosotros o nuestros amigos, ¿por qué?
Esta, que es mi tercera novela publicada, efectivamente se desarrolla en Vado del Yeso. Y es, como dices, una ciudad de “ángeles desamparados”, donde la mayoría de sus jóvenes han salido huyendo, primero a La Habana y luego el extranjero, es un pueblo derruido y envejecido. Siempre vuelvo al barrio que me vio crecer, porque me siento en deuda con la gente que me ama y admira. Todas las historias se pueden encontrar en la vida de individuos que conozco desde siempre. Los personajes de esta novela fueron mis vecinos, mis compañeros de aula o de calle.
Gente que quise y admiré, muchas de ellas ya no están en el barrio o han muerto, y utilizo sus nombres para verlas y hacerles un homenaje, aunque la vida y la historia que creé para ellas no les pertenezcan. Cuba es un país sin esperanza, donde nadie es joven, aunque haya acabado de nacer. Allí no hay esperanzas para los hijos de vecinos, los de a pie, y eso sí que duele. Esta es otra novela histórica, contada y escrita a mi manera, donde desnudo mis dolores, y los padecimientos de los míos.
Repito la misma pregunta que te hice sobre Ángeles desamparados, ¿crees que el tema de Sálvame si puedes tiene trascendencia más allá de las fronteras cubanas y los lectores insulares?
Y yo te repito que sí. Ha tenido muy buena recepción por parte de la crítica. Como mismo nos funcionaron a nosotros, en los noventa, No se lo digas a nadie, de Jaime Bayly, o Lo peor, de Ray Lorigas, por solo citar dos novelas que llegaron a nuestras manos, de contrabando.
En tu novela Inquisición roja tratas el tema de la UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción), uno de los aspectos más escalofriantes y menos abordados de la historia cubana, ¿qué te motivó para escoger ese tema?
Es un tema que está en mi inconsciente desde la niñez. Crecí viendo cómo los hijos de las familias de Rebeca Escalona Suárez y Evelio Rondón Fuente y, también, de los Ramos, eran maltratados y relegados por no cantar el himno nacional, no saludar la bandera, ni usar la pañoleta escolar. Aquello me parecía muy atrevido y valiente. En casa siempre se referían a Camilo Cienfuegos y Huber Matos como héroes. Hablaban, igualmente, de las UMAP.
Eso se me fue quedando en el disco duro, hasta que pude investigar sobre los Testigos de Jehová, los presos políticos, la Guerra Civil en el Escambray y los pueblos cautivos (A pesar de ser Vado del Yeso uno de esos pueblos, creo que leí por primera vez del asunto en un número de la revista Encuentro de la Cultura Cubana). Esta novela la comencé a escribir en Bayamo. La continué en Holguín y la concluí en Santa Clara, en un alquiler detrás del famoso Centro Cultural El Mejunje. Le di la forma final en 2019, ya viviendo en Las Tunas, al amparo de Ana Rosa Díaz Naranjo, mi primera correctora y editora, y mi Maga.
Inquisición Roja ha tenido buena acogida en el ámbito literario cubano de la diáspora, ¿crees que haya sido simplemente por el tema, o por la valentía con que lo trataste, o por el estilo literario, o por todo a la vez?
Es quizás de mis libros el que se ha vendido mejor. Es otra novela histórica escrita a mi manera. Excelentes críticos la han comentado. Ya el tiempo dirá por qué ha sido su repercusión, es un tema duro, como el de las películas Plantados y Plantadas, de Lilo Vilaplana. Es cierto que todo el mundo no tiene la valentía de tocar una cuestión como las UMAP viviendo en Cuba, pero no he sido el único. Conozco a algunos escritores que viviendo en la Isla tocaron temas peligrosos y publicaron sus libros en el extranjero antes de abandonar el país, y otros aún permanecen allá.
Están los casos de Reinaldo Arenas, Carlos Victoria, Rafael Alcides, Raúl Rivero, María Elena Cruz Varela, Manuel Díaz Martínez, Julio Aleaga, Víctor Manuel Domínguez, Rafael Almanza, Reinaldo Escobar, Amir Valle, Jorge Luis Batista Betancourt, Yusimí Rodríguez, María Matienzo, Ángel Santiesteban, Heberto Padilla. A René Fuentes no lo dejaron retornar de Uruguay a Cuba por publicar Las trampas del paraíso, novela donde mataba a Fidel Castro; y Félix Luis Viera que ya vivía en México fue invitado por Patricia Gutiérrez Menoyo, directora de la Editorial Plaza Mayor, a presentar Un ciervo herido, su novela sobre las UMAP, en la Feria Internacional del Libro de La Habana 2002, y Abel Prieto lo llamó a Santa Clara donde se encontraba, y lo amenazó de no dejarlo entrar más a Cuba, si asistía a la presentación de su libro.
Has afirmado que tus tres novelas publicadas pueden categorizarse como históricas, ¿por qué lo consideras así?
No es que me lo haya propuesto, ni siquiera sé cuáles son los límites o parámetros de la novela histórica. Recientemente Ana y yo fuimos a Vallecas, donde una escritora amiga estaba firmando su libro, y nos encontramos que le estaban haciendo una entrevista a Isabel San Sebastián, quien sí escribe novelas históricas, y pude darme cuenta de que lo único que hago igual que ella, es tener claro cuál es el inicio y el final de mis libros, de dónde parto y hacia dónde voy, y así comienzo a escribir, a dar forma a la historia, que puede ir cambiando, los personajes van saliendo y, generalmente, son gente que conozco o conocí. De Inquisición roja ha dicho Mayra González: “Un libro que en una Cuba libre tendrá que formar parte del sistema educativo ya sea como literatura y/o dato histórico…”
¿Estás conforme con tus novelas, o luego de publicadas hubieses querido cambiar o agregar o suprimir algo?
Estoy conforme, aunque cada vez que he publicado Ángeles desamparados, la he vuelto a releer y a editar. No creo que lo haga con Inquisición roja y Sálvame si puedes. Ahora mismo René Fuentes está trabajando en la edición de Ángeles desamparados para su cuarta y definitiva edición, donde incluyo las partes que fueron censuradas en Cuba en su primera edición, y que no incluí en las otras dos hechas fuera de la Isla.
¿Alguna vez te has sentido discriminado por algún motivo, especialmente dentro del círculo literario cubano?
Sí. En Cuba los amigos o colegas en el mundo de la literatura son muy complejos, se pueden dividir o clasificar de muchas maneras, te voy a nombrar tres grupos. Uno, los que son tus amigos a todas, pero no les puedes exponer tus opiniones políticas. Dos, los que se creen políticamente correctos, apoyan a la dictadura y su discurso -cuando aflora algún tema espinoso que les puede dañar su área de confort-, es más o menos así: “Vilches, mi hermano, te agradecería que no me toques nada de politiquería, ese es un tema que no me interesa y no tengo tiempo para perderlo en eso.
Nosotros somos escritores, lo demás es de los políticos”. Y tres, es el grupo que más que disentir, le mete el pecho a cara descubierta a la dictadura, a los dictadores y a sus lacayos, y se exponen a ir presos por gritar Patria y vida, pedir libertad para los presos políticos y para Cuba. En ese tren me monté hace mucho tiempo, pero no soy el único, gracias a Dios.
Ya sé que has sufrido censura y persecución, algo típico en Cuba, ¿qué, específicamente, ha provocado ese encono oficial en tu contra? ¿Sientes que ese constante estado de estrés ha influido en tu literatura de algún modo, positiva y/o negativamente? ¿Piensas que si hubieses vivido en un país libre tu literatura hubiera sido diferente?
No sé si mi literatura hubiese sido diferente, pero la vida de mi familia, de mis vecinos, de mis amigos, del pueblo, sí. No hubieran existido las becas, los pueblos cautivos, la guerra civil de El Escambray, las UMAP, los presos políticos del castrismo. Mi poesía y mi novelística hubieran contado/cantado otra realidad. Sé que el tema Cuba, ahora que comienzo a vivir en un país libre, no va a salir de mi realidad personal. No está en mí mirar para el costado y seguir como si en la Isla no estuviera pasando nada, como si no existiera la peor dictadura de la historia. Mi literatura es mi vida, la de los míos, la de mi pueblo, no cuento otra cosa que esa realidad.
Por lo general, la prensa es la encargada de recoger los hechos cotidianos de un país, luego los historiadores van a esa fuente para escribir sobre la historia de un tiempo determinado. Pero en Cuba no ha sido así, los historiadores que decidan escribir nuestra historia tomando como referencia la prensa de la dictadura, van a crear panfletos inverosímiles, apartados de toda la verdad. ¿Crees que los escritores tienen una responsabilidad en el sentido de plasmar o reflejar literariamente lo que la prensa y los historiadores han sido incapaces de hacer? ¿Por qué?
Quizás los escritores, porque no hemos visto la realidad nacional reflejada en la prensa oficialista, nos hemos encargado de escribir lo que nos hubiese gustado descubrir en los periódicos y revistas que pululan en el país propagando mentiras, describiendo un país que no existe. Pero hace mucho que a la literatura escrita por los que nos atrevemos a contar la realidad de Cuba en la ficción, se han sumado los periodistas independientes. Ahí se puede profundizar, esos son los verdaderos cronistas de lo que se vive en el país hoy en día. Son jóvenes, en su mayoría, que tienen el valor que no tienen los periodistas a quienes la dictadura les paga para que adornen la miseria nacional.
Según puedo percibir, la literatura cubana de dentro y de fuera de la Isla está viviendo una explosión creativa, ¿estoy en lo correcto? ¿Han logrado los escritores cubanos burlar la censura? ¿Son ahora más conocidos internacionalmente? ¿Es la literatura cubana contemporánea una punta de lanza en contra de la dictadura?
Gracias a Internet y a algunas editoriales que se interesan por el tema Cuba, pudimos burlar la censura y el ostracismo. Desde hace ya un tiempo hay escritores cubanos con libros muy bien recibidos por la crítica, se venden bien y son traducidos a otros idiomas. Son los casos, por ejemplo, de José Kozer, Abilio Estévez, Zoé Valdés, María Elena Cruz, Amir Valle, Ena Lucía Portela, Tony Álvarez Gil, Ronaldo Menéndez, Karla Suárez, Carlos Pintado, Abilio Estévez, Marcial Gala, Ángel Santiesteban, José Fernández Pequeño, René Fuentes, Orlando Luis Pardo Lazo, Wendy Guerra, Evelio Traba, Ketty Blanco, Marcial Gala, y otros.
Pero no creo que de manera general nuestra literatura sea una punta de lanza contra la dictadura. Lo que sí te puedo afirmar es que existimos escritores que hemos puesto el pecho para atacar y enfrentar al régimen cubano, a sus agentes de la Seguridad del Estado y a sus lacayos, y lo hacemos a cara descubierta.
A esta altura tienes en tu haber unos cuantos libros de poesía y novelas, ¿cómo te gustaría trascender, como poeta, narrador, o escritor a secas?
Me encanta cuando me llaman poeta. Pero soy un escritor. Creo. Solo sé que soy el hijo de los Proenza Almaguer Socarrás Gómez y de los Vilches Águila Rojas Aragón.
Si alguien pretendiera escribir una biografía tuya a partir de tus libros, ¿le recomendarías los de poesía o los de narrativa?
En la poesía siempre soy yo. En las novelas me travisto, voy con el cuerpo, la piel, los huesos de los otros. Les será más fácil descubrirme y desenterrarme de entre mis versos.
Sé que eres un lector compulsivo, que lees cuando estás alegre y cuando estás triste, cuando tienes pan y cuando tienes el estómago vacío, cuando eres amado y cuando eres rechazado, ¿tiene esto una explicación lógica, o es simplemente un vicio del cual no te puedes desprender?
Hay tiempos en los que solo leo narrativa. Cuando era joven leí mucho teatro, ya no. Y hay otros momentos que le caigo atrás a los libros de poesía. Por ejemplo, ahora quisiera tener todos los libros de poesía de la biblioteca personal que dejé en Cuba. Tengo hambre, sed, necesidad de leer poesía, de esos libros que se fueron quedando en la casa de mis padres y los amigos. No escapo de ese canto que me ahoga, que está contenido en mi pecho y aúlla por salir.
¿Pretendes escribir sobre otros temas relacionados con la historia no oficialista de Cuba? ¿Cuáles?
No lo sé. Tengo terminada dos novelas y varios libros de poesía.
¿Por qué crees que los lectores deberían interesarse por tus libros? ¿Tienes un mensaje para ellos?
No solo interesarse por mis libros, sino por los de todos los escritores de los que he hablado en esta y en otras entrevistas, es la mejor manera de descubrir el hecho Cuba. Para hablar con propiedad sobre un país que padece la dictadura más despiadada, irónica, y desfachatada que ha existido sobre la faz de la tierra. Para descubrir el amor que hay en este poeta.
Tuviste la oportunidad de exiliarte en Miami, cuando visitaste esa ciudad en 2016, ¿por qué regresaste a Cuba en ese momento?
Fui invitado al Festival Vista, en Miami. No me quedé por muchas razones, entre ellas, quería ver y vivir dentro del país, el momento en que se cayera la dictadura. Otra, no podía llevarme conmigo a la gente que amo. Di mi palabra de volver a muchos amigos y familiares. No era el momento quizás de abandonar Cuba. Recuerdo como un gesto hermoso, a muchos amigos pidiéndome por favor que no volviera, gente linda que me quiere, sabían que antes de salir de la Isla agentes de la Seguridad del Estado en Santa Clara me habían amenazado de muerte si volvía, a mí y a mis hijos. Aun así, regresé.
¿Por qué decidiste exiliarte ahora y por qué Madrid?
Jamás pensé irme de Cuba. Nuestra patria es un vertedero grande, donde los dueños son los Castros y sus títeres, representados por Miguel Díaz Canel. Hasta que el pueblo en pleno no decida ser libre, ellos van a permanecer en el poder explotándolos, hundiéndolos en la miseria, el hambre y la mierda. Desde enero tenía en mi poder una invitación para presentar mis libros aquí en Madrid. Llegué el 27 de marzo este 2023 y fue amor a primera vista.
¿Podrías compartir cómo fue tu salida de Cuba? ¿Producirá esa experiencia una novela, un cuento, un poema…?
Mis últimas horas en el Aeropuerto Internacional José Martí, de La Habana, fueron como las de cualquier disidente, creo, que va a viajar fuera de Cuba. Cuando pasaron mi pasaporte por el chequeo digital, todas las luces de la cabina se pusieron al rojo vivo, el oficial de la aduana puso cara de susto y me mandó a parar detrás de una raya roja o amarilla, donde me mantuvo una hora. Los demás pasajeros me miraban como a un delincuente, o reconocían que era una injusticia. Luego dos sujetos jóvenes me metieron en una oficina, uno iba vestido con el uniforme de la aduana y el otro era un agente de la Seguridad del Estado. Y comenzaron las preguntas, unas capciosas, otras con tono de amenaza.
Me preguntaron cómo me declaraba, cuál era mi posición con respecto al proceso revolucionario, qué partido tomaba con respecto a la revolución, si en contra o a favor; mi vínculo con José Daniel Ferrer, Ángel Moya, Luis Manuel Otero Alcántara, Berta Soler, Ángel Santiesteban, Camila Acosta; si me iba a reunir con Yunior García a mi llegada a Madrid; que a quién tenía en España; que, si aquellos eran mis amigos, etc. Les respondí: “Sí, son mis amigos y me declaro en contra de la revolución, contrarrevolucionario, gusano, como a ustedes les sirva mejor, nunca me he escondido para decirlo”. Me pidieron que les citara al menos un motivo por el cual yo pudiera estar en desacuerdo con la revolución. “¿Uno?”, les pregunté. “Sí”, me respondieron a dúo, “al menos uno”. “Los presos políticos”, les dije.
Y parece que les cogí el culo con la puerta porque se alteraron mucho: “¡En Cuba no hay presos políticos, los presos políticos están en los Estados Unidos, todos esos a los que tú llamas presos políticos son presos comunes…!” y a partir de ahí continuaron diciendo una sarta de estupideces que ni ellos mismos se creían. Luego me revisaron el equipaje de mano; supongo que lo habían hecho ya con la maleta que registré, donde solo traía libros. Me chequearon el cuerpo con violencia, me pasaron todo tipo de escáneres, buscando no sé qué… quizá temían que sacara alguna información clasificada, o solo pretendían intimidarme, ¡cosa de película! Tengo pensamientos encontrados acerca de eso, no sé si me sentía miserable o importante. En algún momento tal vez ese horror me sirva como literatura, ahora solo es una denuncia.
Aunque es demasiado pronto, pues estás recién llegado al exilio, ¿qué visión te ofrece Cuba desde la distancia? ¿Vas a volver a Cuba?
Cuba me sigue causando el mismo dolor, la misma impotencia. Ver cómo se la venden a Rusia y China, y que el mundo se quede impávido, que no haga nada por salvar al pueblo cubano de toda esa ignominia, que todos miren hacia otro lado por conveniencia, o por lo que sea. ¿A dónde habrá que ir a denunciar a estos malandrines para sacarlos del poder y que nuestro pueblo vuelva a ser un pueblo próspero y feliz, sin un solo esbirro en los cargos del gobierno o en los servicios públicos? Sí, yo sé que voy a regresar a Cuba, porque nuestra patria más pronto que tarde, va a ser libre. Ahora en la Isla solo me espera la cárcel o la muerte, como me dijeron algunos sicarios en Santa Clara y Las Tunas, las veces que me secuestraron en la calle. Pero, estoy seguro, un día volveré.
Otros libros de Rafael Vilches Proenza son La luna entre nosotros (Neo Club Ediciones, Estados Unidos, 2019), Lunaciones (Edictorial Primigenios, Estados Unidos, 2020), Café amargo (Neo Club Ediciones y Alexandria Library, Estados Unidos, 2014), Dulce café (Editorial Primigenios, Estados Unidos, 2020).
Carlos Manuel Pérez
Esta entrevista fue publicada originalmente en OtroLunes, Revista
Hispanoamericana de cultura (Julio 2023 / Añ0 17 / No. 65) También
aparece publicada en el blog de Carlos Manuel Pérez Ávalos.