¡Llenos del Espíritu!, de Alberto Garrido (Santiago de Cuba, 1966), acaba de ser publicado por Ilíada Ediciones. Se trata del cuarto ensayo sobre temas relacionados con la fe cristiana de este autor, considerado una de las figuras descollantes de la literatura cubana contemporánea. Esta misma casa fue la encargada de procesar y sacar al mercado, con el sello de la colección Yahveh Ediciones, sus tres primeros ensayos: La verdadera batalla del creyente (2017), La gloria de la cruz (2018), y La gloria de la resurrección (2022). Convertido al cristianismo hace cerca de tres décadas, Garrido ha servido en la iglesia como misionero, maestro, pastor, predicador y, por supuesto, escritor.
Contrario a lo que especularon muchos, su pluma no se ha secado. En total ya tiene una veintena de libros, sin contar los inéditos, la mayoría publicados después de decidirse por Jesús. Sus temas de interés son todos cuantos incumben a la existencia humana. Y aunque es más conocido como narrador, también incursiona con maestría en la poesía. En cuanto a la ensayística, quizá sea el único cubano que hoy día se vale de ese género para abordar aspectos medulares de la doctrina, la ética y la práctica cristianas. Los que siguen su literatura pueden testificar de cómo su madurez intelectual y espiritual van de la mano.
De modo que su consagración a Dios, lejos de ser motivo de abandono de las letras, es afianzamiento de valores personales y literarios, así como refinamiento de un estilo propio. Desde Santo Domingo, República Dominicana, donde vive exiliado desde hace varios años, Garrido sigue sirviendo a la iglesia de Cristo y enriqueciendo la literatura cubana. Al decir del importante escritor dominicano José Alcántara Almánzar, la suya es “una espiritualidad de serena estirpe cristiana”.
A la luz de los años, ¿cómo describes a aquel chico que creció en el Reparto Sueño, de Santiago de Cuba, en medio de una familia humilde?
De ese niño rescato su carácter soñador, su perseverancia y su falta de ambiciones materiales. Su forma de abrazar, su amor por los hermanos, su lealtad a los amigos. Había en él algo temerario en esas visitas a las cuevas de Justicí y en su amor por el mar, una suerte de Tom Sawyer caribeño. Hacía cosas que ahora sé que no haría.
Mirando retrospectivamente esa etapa de la niñez-juventud, ¿descubres en ella algún atisbo del seguidor de Cristo que eres hoy?
Ninguna, en realidad. Salvo un sueño en el que dejaba de llover y ocurría el fin del mundo. Mis padres venían del Partido Socialista Popular. Mi abuelo Ramón, quien fundó el primer periódico de Songo, era comunista y sus hijos siguieron sus pasos. Pero en mi adolescencia, mi hermano Guido trajo una Biblia a la casa. Era una Traducción Moderna de 1929, hermosísima, que comencé a leer, pues también gracias a él, ya en séptimo grado mezclaba en mis lecturas a Salgari y a Hemingway, a Verne y a Salinger, a Enid Blyton, a Carpentier y a García Márquez. Empecé a leer la Biblia porque la mayoría de estos autores hablaban de ella como un monumento literario. Y lo es. Una biblioteca de 66 libros que agrupa todos los géneros y todas las técnicas narrativas modernas.
¿En qué momento de tu vida consideraste convertirte al cristianismo y qué te llevó a ello?
Nunca lo consideré. ¿Acaso un muerto puede desear a Dios? Me deleitaba en mi vida bohemia, entre mujeres y una secreta disidencia política. Una de las paradojas más preocupantes como cubano, es ver cómo la Revolución ha conseguido que muchos de los que terminaron repudiándola y eligiendo el exilio, mantengan el mismo odio que ella sostiene contra la idea de Dios. Es la cepa del virus que se mantiene viva en ellos, la gota de cianuro, el residuo del mal en la sangre. Sin duda, como dijo Voltaire, la trampa más bella del demonio es hacernos creer que no existe. Si hubiera sido por mi familia o por mi educación, jamás sería cristiano. Pero Dios me salió al encuentro.
¿Cómo fue tu conversión? ¿Qué experimentaste en ese momento?
Año 1995. Año de grandes miserias materiales y espirituales en Cuba, solo comparables con las que se sufren hoy allí. Estaba discutiendo con dos bibliotecarias. Ya me había leído dos veces la Biblia de tapa a tapa (incluso había puesto dos exergos bíblicos en mis primeros libros), por lo que era un hueso duro de roer, un nihilista ilustrado. Tenía una respuesta para refutar la muerte de Cristo en la cruz. Y en ese momento, Dios intervino. Me enmudeció. No me quedé en blanco: el pensamiento seguía estando en mi mente, pero simplemente no podía llevarlo a mi boca.
Y escuché Su voz retumbando, borrando mi frase, diciendo: “Duro te es dar coces contra el aguijón”. En un segundo, sin necesidad de nada más, yo, el escéptico, el que negaba la existencia de Dios, estuve seguro de que Él es más real que cualquiera de nosotros. Eso me hizo temer, porque ante Su santidad quedaba expuesto mi pecado, mi miseria espiritual. Esa noche soñé (no soy de soñar mucho) que estaba envuelto en una densa oscuridad y solo había un hilo de luz. Lo seguí y me llevó hasta una puerta pequeña, gris, sin adornos, sin atractivo.
Pero yo sabía que detrás de la puerta estaba el Señor y decidí abrirla. El resplandor de la gloria de Dios me despertó. Le conté el sueño a las bibliotecarias y una de ellas, Sonia Morell, quien se convirtió en mi madre espiritual, me dijo que yo había soñado el pasaje de Mateo 7:13-14: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan”.
Cuando viniste a Cristo, ya eras un escritor con fama en el mundo intelectual cubano, habías ganado premios importantes, habías publicado tus primeros libros, llevabas una vida pública donde recibías reconocimiento y aplausos. ¿Cómo cambió eso a partir de tu conversión?
Mi conversión me llevó por el camino de las misiones. Había hecho el descubrimiento más extraordinario: Cristo, Su amor y Su perdón. Enamorado del evangelio, no podía callarlo. Como dijo Spurgeon, un cristiano es un evangelista o un embustero. Comprendí que era un mensaje digno de la boca de un ángel y, sin embargo, se me daba el privilegio de anunciarlo. Me fui a predicar en las afueras de Las Tunas, ciudad donde vivía. Nos reuníamos en casitas con piso de tierra, algunas sin luz eléctrica y veíamos la gloria de Dios: prodigios, sanidades asombrosas, y el milagro mayor: personas salvadas. Escribía menos, sin duda. Pero absorbía como esponja el reino del cielo.
¿Cómo cambió la percepción sobre ti de parte de la familia, los amigos, los intelectuales y escritores con los que te codeabas, la oficialidad que manejaba la vida literaria y cultural de Cuba, la crítica especializada?
Al principio pensaron que me había vuelto loco, o que era algo pasajero. Luego prefirieron al nuevo Garrido, menos irónico, egocéntrico y decididamente promiscuo. Mi vida era radicalmente distinta. En el mundo literario dijeron que yo me había perdido para la literatura. Lo gracioso es que, de los 20 libros que he publicado, 15 han sido después de mi conversión.
¿Recibiste rechazo por tu decisión de ser cristiano?
Sí. Sé que fui borrado de listas de viajes, de invitaciones a eventos. Fui cuestionado por líderes políticos y por los gendarmes de la Uneac. Pensé que era lógico y hasta me agradó no tener que recibir las tentaciones de esa Sodoma, que son las relaciones entre el artista y el poder en una sociedad totalitaria. No podía esperar otra cosa de quienes odian el cristianismo y lo persiguen. Por otro lado, nos derribaron el templo que habíamos levantado. Esperaron que termináramos de construirlo para ir a demolerlo. A otros hermanos les quemaron con antorchas los techos y les robaron los bancos y los instrumentos musicales de la congregación.
Y bueno, aceptaste a Cristo… ¿qué pasó al día siguiente?
Me levanté y desayuné. Fuera de bromas. Me acuerdo del 19 de febrero de 1995, pero no del día siguiente. Estaba asombrado por lo que experimentaba: un terremoto, una vida nueva.
¿Alguna vez te has sentido tentado a volver atrás; es decir, a abandonar la fe o a vivir una fe light?
Jamás. Me horrorizaría la idea de vivir un día de mi vida sin Cristo. Y vivir una fe light sería la forma más tonta de vivir: hay tesoros inescrutables, promesas extraordinarias, y la oportunidad de experimentar Su gracia de forma distinta cada jornada. Como dijo el profeta Jeremías, nuevas son Sus misericordias cada mañana. Por supuesto, me avergüenzo muchas veces de no ser el cristiano que debería ser, pero prosigo a la meta. Llegar a parecerme a Cristo es mi gozo y mi gloria. Y un día despertaré a Su semejanza.
La primera iglesia de la que formaste parte fue la Metodista, en Las Tunas, Cuba. ¿De qué forma te influyó esa experiencia para ser el cristiano que eres hoy?
Es una iglesia pequeña. Antes de convertirme, pasaba por la acera de enfrente y veía que en los días de lluvia se mojaba por dentro, pero cuando terminaban sus cultos salían algunos de sus miembros con una especie de luz extraña en sus rostros. Me pareció un lugar especial. Después supe que era un sitio lleno de pecadores como yo que buscaban ser cambiados, un hospital, un taller de reparaciones, y no el espacio romántico que mi mente endulzaba. En ese sentido, sigo prefiriendo las congregaciones pequeñas, de gente humilde y de escasos recursos. No hace mucho me reuní con un grupo, hablaban de sus viajes en cruceros y me sentí ajeno. Prefiero estar con los que hablan el idioma de Jesús.
¿Piensas que para un cristiano congregarse es importante?
Ahora, por causa de la pandemia, hay una moda, un vicio: la iglesia virtual. De la necesidad por causa de la Covid se pasó al deseo personal. Veo comentarios en las redes de cómo crece este tipo de hermanos en el mundo, que dicen amar a Cristo pero desprecian a la iglesia que Él compró con Su preciosa sangre. ¿No es una triste paradoja? En verdad, no conozco a un solo cristiano que pueda crecer sin congregarse.
Por supuesto, ninguna iglesia salva; solo Cristo salva. Pero la iglesia es el lugar donde ponemos nuestros dones al servicio de los demás, donde nos damos en amor, donde salen nuestras asperezas, porque hierro con hierro se aguza; donde se nos da la oportunidad de parecernos a Cristo. La iglesia es nuestro búnker. David lo sabía: “Es mejor un día en tus atrios que mil fuera de ellos”. “Yo me alegré con los que decían: a la casa de Jehová iremos”. Después de Dios mismo, ninguna otra cosa está descrita en la Biblia con un mayor número de metáforas que la iglesia.
Ay del solo, dicen las Escrituras. Los que niegan la importancia de la iglesia, están negando el valor que le da Cristo: es Su novia, Su esposa, Su tesoro, Su huerto cerrado, la razón de Su muerte en la cruz. Dio Su vida por ella, por cada uno, para reunirnos en el día de Su regreso. “En mis manos te tengo esculpida, oh Jerusalén”. Cada culto es un ensayo de ese día glorioso. Y por eso la advertencia del autor de Hebreos 10:25: “no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”.
¿Cómo un pastor o líder puede contribuir a la formación o a la distorsión de un cristiano?
Mira a los pastores y tendrás la respuesta. En mi experiencia, ninguna congregación va más allá de donde va su pastor. Si no ora, no lo harán. Si no estudia las Escrituras, tampoco. Si no exalta a Cristo y busca Su presencia, el lugar parecerá un club social. Y los hay. Lamentablemente, en Cuba y Latinoamérica muchas iglesias han imitado el modelo del cacicazgo, un caudillo que se enseñorea de los miembros. Lo he visto en iglesias carismáticas y reformadas, en iglesias históricas y en el apostolado moderno.
Pero la iglesia es de Cristo, no deberíamos olvidarlo jamás. La palabra preferida en la Biblia para llamar a los líderes es siervo, que en el original nos habla de un esclavo al servicio de su dueño. El consejo para los pastores actuales debería ser el que le dio Jeremías a Baruc: “¿Buscas para ti grandezas? No las busques”. Y que nunca olviden que ellos también son ovejas. La misión de los pastores es que los que le siguen dejen de seguirlos a ellos y sigan a Cristo, conozcan a Cristo, sean transformados a la imagen de Cristo.
¿Qué importancia tuvo para tu formación como pastor y líder, el tiempo que fuiste misionero en una localidad rural de Las Tunas, Cuba?
Fundamental. Es real la promesa de que quien deja a familia, amigos y trabajo por causa de Su nombre, recibirá cien veces más estas cosas. El Shaddai, la iglesia que plantamos fuera de la ciudad, me dio una hermosa e inolvidable familia multiplicada. También la Iglesia Oasis, en San Cristóbal, República Dominicana. Recuerdo con gozo cómo gustamos las glorias del Espíritu.
¿Cómo viviste la persecución en Cuba por ser cristiano? ¿Cómo influyó en tu vida como seguidor de Jesús?
En Dominicana alguien me preguntó qué extrañaba más de mi vida en Cuba. Le dije sin pensarlo dos veces: la persecución. Las experiencias con Dios y la llenura del Espíritu en medio de un contexto contrario al cristianismo, es inapreciable. Una vez un hermano de la congregación se me acercó y me dijo que se sentía muy mal, porque él había entrado a la iglesia enviado por la Seguridad del Estado para vigilarme, para oír qué decíamos en contra del gobierno. Pero Cristo lo había salvado y estaba profundamente arrepentido. Ese es el triunfo del bien sobre el mal, de Cristo sobre las tinieblas. Y vivirlo nos acerca más a Su gloria.
¿Cómo ha sido tu vida cristiana en República Dominicana? ¿Piensas que has crecido y madurado?
Por un lado, los golpes, el sufrimiento, las pérdidas, me han hecho depender más de Cristo. Conocer al Señor de las nuevas oportunidades, de los nuevos comienzos, es un despertar a Su gracia. También he podido tener acceso a libros que no pude leer en Cuba (donde no hay librerías cristianas) y conocer a autores como Ryle, Tozer, Sproul, Grudem, y a predicadores extraordinariamente fieles a la Palabra. El magisterio del ministerio Oasis, que me acogió durante cinco años, y especialmente de su pastor Tomás Martínez, fue crucial para mí y le estaré eternamente agradecido.
A pesar de que eres pastor y has publicado cuatro ensayos sobre temas fundamentales de la fe, sigues haciendo un tipo de literatura que no es clasificada como cristiana, ¿no entra esto en contradicción con tu fe? ¿No se produce una disonancia en tu relación con el Señor Jesucristo?
Desde hace muchos años me di cuenta de que el canon bíblico está completo. No habrá un libro 67 inspirado. No soy Jeremías ni Pablo. Por otro lado, en las Escrituras aparecen desnudados los temas más escabrosos expuestos desde la mirada de un Dios que es a la vez santo y misericordioso: vemos asesinatos, incestos, adulterios, envidias, egoísmos, traiciones, amores… Eso me hizo entender que podía escribir de cualquier tema, porque nada humano le es ajeno al Creador. Pero quisiera distinguir al escritor de ficciones con respecto al ensayista que soy.
Como escritor de ficción soy un voyerista que se asoma a las habitaciones privadas de los demás. La misión del novelista, en ese sentido, es, como decía Stendhal, pasear el espejo a lo largo del camino. Si el espejo aparece manchado o lleno de barro, no es culpa del espejo, ni del escritor, sino del inspector de caminos, o de los que pisotean. El escritor le quita las máscaras a la vida, cuenta lo que no quieren que se sepa, desnuda la corrupción adánica que repite cada ser humano. Por otro lado, mis ensayos son solo mi testimonio agradecido al que me salvó.
¿Has recibido crítica negativa por parte de la iglesia o algún círculo cristiano por publicar libros que no son propiamente cristianos (aunque no inapropiados)?
Nunca. Al menos a mí nadie me ha dicho nada. Sí me han comentado muchos que no entienden mis poemas.
¿Qué provocó en ti la necesidad de escribir y publicar sobre temas doctrinales y de fe?
Hay mucha confusión, mucha basura, mucho entretenimiento para las cabras. He querido denunciar a los falsos maestros que pululan en el mundo evangélico. He querido hacer ver que nuestra necesidad es el evangelio, que Cristo es el todo del cristiano.
Veo tus ensayos como una tetralogía, pues aunque cada uno funciona por sí mismo, también hay un estrecho vínculo entre ellos. ¿Hubo premeditación en ello (me refiero a escribir una secuencia de temas interrelacionados)?
No hubo premeditación. Pero en cada libro aparece el germen del otro. Por ejemplo, La verdadera batalla del creyente contiene un capítulo titulado La gloria de la cruz. Cuando lo terminé, entendí que podía escribir un libro sobre ese tema. Luego, en La gloria de la cruz aparece un capítulo titulado “La gloria de la resurrección”. Me pasó lo mismo. Cada libro contiene la génesis del siguiente.
¿Crees en la iluminación del Espíritu Santo? ¿Crees que fuiste iluminado para escribir estos libros?
Por supuesto, sin Su ayuda iluminadora hubiera sido imposible escribirlos. El Espíritu Santo es el maestro que nos hace entender las Escrituras y, especialmente, glorifica a Cristo en nuestros corazones. Para cada uno de estos libros ha habido horas de oración y de estudio. Los tres últimos me hicieron recorrer desde Génesis hasta Apocalipsis para explorar, extraer los tesoros de la revelación de Jesucristo en cuanto a Su muerte y resurrección.
La Palabra es una lámpara para nuestros pies, pero necesitamos del aceite del Espíritu, de Su unción, para que arda y alumbre y nos sean ministrados y esclarecidos los misterios de Cristo. Exponer la Palabra, hacer ver cómo todos sus caminos conducen al Señor, necesita de la ayuda y el magisterio del Espíritu Santo sobre nuestros corazones. Solo puedo darle las gracias por el resultado.
Según tengo entendido, el proceso de escritura de tus ensayos, conllevó experiencias espirituales muy intensas, ¿puedes compartir al respecto?
Ha sido muy hermoso. Muchas veces, lo que iba escribiendo me hacía tirarme de rodillas y orar bajo la convicción de Su presencia, en arrepentimiento, fe, gratitud, intercesión y adoración. Sentir que me estaba hablando y ministrando a mí primero, me hace confiar que tocará a través de estos libros a muchos corazones con sed y hambre de Su Palabra.
¿Cómo consideras que tus ensayos pueden contribuir a la madurez espiritual de la iglesia o de un creyente en particular?
La santificación es una de las palabras más hermosas de la cristiandad, y aterra pensar cómo el legalismo la envenena y el liberalismo la abarata, de modo que muchos no quieren ni escucharla. Pero la verdadera santificación no está en guardar reglas, ni en vestirse de una manera particular o dejar de comer ciertos alimentos. La verdadera santificación es ir haciéndonos más parecidos a Jesús, nuestro amoroso Señor y Salvador. El apóstol Pablo decía que estaba con dolores de parto hasta que Cristo fuera formado en sus discípulos. Mis libros en cada página hablan de Cristo, Cristo, Cristo, Cristo Salvador y Señor, Dios de dioses y Luz de luz. Tengo la certeza de que nadie quedará inmune o impasible ante el despliegue de Su gloria. Y de eso hablo.
Los temas que abordas en tus ensayos son tópicos que preocupan a la iglesia desde su nacimiento, por tanto aparecen ampliamente tratados en la Biblia. ¿Qué aportas en tus libros sobre ellos?
Tal vez una visión más sistemática. Hay libros que te hablan de los tipos, otros de los símbolos, otros de las profecías, otros de Su muerte descrita en los evangelios. Los míos agrupan en un solo volumen todos esos tópicos y los lectores pueden tener en un solo texto una visión integradora, total, del tema. Por otro lado, hay algunos libros muy buenos cuyo estilo resiente de un mayor trabajo literario. Me he esforzado para que mis textos estén lo mejor escritos posible. Juzguen los lectores.
¿Por qué consideras que los creyentes deberían leer tus libros?
Porque soy un seguidor, un enamorado de Cristo, y creo que lo percibirán en cada página. Y eso tiene un efecto viral.
¿Crees que los inconversos deberían leer tus libros?
Siempre recuerdo una historia que leí en la infancia. Un sabio estaba en una barca y le preguntó al pescador si sabía matemática. El pescador le dijo que no. El sabio le dijo: has perdido el veinte por ciento de tu vida. Le preguntó luego si sabía física y ante la misma respuesta le dijo que había perdido la mitad de su vida. De pronto, vino un fuerte oleaje, la barca se volteó y cayeron al agua. El pescador le preguntó: ¿sabe usted nadar? No, dijo el sabio. Pues ha perdido usted su vida entera, le dijo el pescador y se alejó nadando.
La Biblia no es antigua ni moderna, sino eterna. Sus palabras no pasarán. Y su mensaje es el único imprescindible para la salvación del ser humano. De manera que sí deberían leer mis libros los inconversos, porque les hablo de lo más importante para sus vidas: la salvación, y de cómo alcanzarla mediante la fe en Cristo y en Su obra redentora. Yo también estuve de aquel lado de la barrera y sé que Cristo es mi salvador y mi esperanza. Y lo será para todos los que se vuelvan a Él.
En tus libros dedicas espacio para desenmascarar corrientes profanas dentro de la iglesia contemporánea. ¿Por qué lo haces? ¿Qué impacto puede tener esto en tus lectores?
Cristo denunció a los legalistas porque imponían pesadas cargas a Sus seguidores, cargas que ellos mismos no podían llevar. Jesús vino a ofrecernos Su yugo, que es fácil de llevar, y Su carga, que es ligera, porque Él camina con nosotros. En tiempos actuales hay muchos falsos maestros, falsos pastores y falsos profetas. Son codiciosos y manipuladores. Comercian con la fe. Con su actitud y enseñanza no solo manchan a los buenos ministros, sino el nombre mismo de Jesús. Son una vergüenza para el evangelio y deben ser denunciadas sus enseñanzas y sus prácticas.
Tenemos el falso evangelio de la prosperidad y el movimiento de la súper fe, tenemos a los falsos profetas que parecen adivinos modernos, tenemos a los falsos maestros que enseñan confesión positiva y psico herejías seculares. No suelo mencionar nombres, porque espero que algunos vengan al arrepentimiento y a la fe genuina. Pero sus enseñanzas sí deben ser expuestas y rebatidas. Y si un verdadero creyente que esté siguiendo a esos comerciantes de la fe lee mis libros, espero que realmente pueda despertar.
De los cuatro ensayos cristianos que has publicado, ¿consideras alguno más relevante que los otros, o piensas que los lectores deben leerlos en un orden determinado?
Deberían ser leídos en orden. La verdadera batalla del creyente, es un libro de discipulado para nuevos creyentes. La gloria de la cruz, La gloria de la resurrección y ¡Llenos del Espíritu! son para creyentes maduros, pastores y líderes, sin duda.
Estoy seguro que tu tintero no se ha secado y que vendrán otros ensayos sobre temas bíblicos y de la fe, ¿ya tienes en mente otro? ¿Cuál es el tema?
Hay una expresión en la Biblia que me impacta: “en Cristo”. Tal vez escriba sobre todo lo que somos, lo que recibimos y lo que seremos en Él. También me gustaría escribir un ensayo sobre las doctrinas y las evidencias de la gracia en un verdadero discípulo. Y un día escribiré una novela sobre Casiodoro de Reina, si Dios me lo permite. Tenemos a nuestra disposición tantas traducciones en formatos físicos y electrónicos, que se nos olvida cuánto les costó a otros creyentes poner este tesoro en nuestras manos. Casiodoro es uno de mis héroes de la fe en este sentido. Fue perseguido por la Inquisición por traducir las Escrituras, con una sentencia de muerte sobre sus espaldas. Quemaron parte de su proyecto. No fue complaciente con el protestantismo que conoció en Ginebra. Fue fiel al Señor y a Su llamado.
Hasta ahora tus ensayos han sido publicados solamente por Ilíada Ediciones, ¿es una decisión personal o no has tenido oportunidad en otras editoriales? ¿Qué piensas sobre el mundo editorial cristiano?
Ilíada me abrió sus puertas generosamente y me garantiza una lectura respetuosa; una edición seria, esmerada; y un resultado hermoso: el libro impreso. Le estoy infinitamente agradecido a Amir Valle, su director y editor de mis libros: es uno de los mejores seres humanos que he conocido (y lo conozco desde hace mucho tiempo) y uno de mis amigos más entrañables. Por otro lado, el mercado editorial cristiano tiene de todo, como se puede esperar. Pero agradezco especialmente el esfuerzo que hacen en traducir al español textos valiosísimos, especialmente de los puritanos y de los teólogos reformados, y las Biblias de Estudio, Diccionarios y Concordancias, que son herramientas poderosas para la preparación de los creyentes. Cuando yo me convertí, era difícil ver hermanos con estos recursos en una congregación.
¿Tienes algún mensaje urgente que transmitirle a la iglesia en este momento?
Sé fiel.
¿Tienes un mensaje para los no cristianos?
Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa, le dijo Pablo al carcelero de Filipos. Una eternidad nos espera a todos y será radicalmente distinto vivirla con Cristo o sin Él. Mi mensaje es: ¡escojan la vida!
Esta entrevista fue publicada inicialmente en “Otro lunes“, revista hispanoamericana.